Los muertos
Todos tenemos alguien importante que ya no esté entre nosotros. Alguien
que se murió, se durmió, se marchó o ya no está, según el decir de la gente.
Recuerdo,
en mi niñez, el pánico que me causaba saber que alguien había fallecido,
comprobar siempre que todo se transformaba en la casa donde esto hubiera
ocurrido: muebles, iluminación, sillas en cantidad… ¡Era muy significativo este
hecho y me causaba mucho miedo!
Al pasar
los años e ir teniendo más encuentros con la hermana muerte ocurría que, contrario a lo que podíamos imaginar,
ese miedo se iba racionalizando hasta llegar a ser un hecho más de la vida
misma. Tan común la muerte como el nacimiento; ambos salpicados de lágrimas, es
parte de nuestro cada día.
No
pensaban así los contemporáneos del Dueño de la Vida, Jesús. Para ellos, la
muerte constituía razón de detenerlo todo, causa de días de duelo paralizante
que solo permitía llorar y llorar. Como ocurre con todo, la mayoría de las
sociedades diferentes sociedades han evolucionado también en este aspecto.
Sin
embargo, hoy llama la atención cómo Jesús dijera a algunos que pensaban
seguirlo y se excusaban en un padre difunto: Otro al que dijo: "Sígueme", respondió: "Déjame
ir primero a enterrar a mi padre". Pero él le respondió: "Deja que
los muertos entierren a sus muertos; tu deber es ir a difundir la noticia del
Reino de Dios". (Lucas 9, 59-60). ¿Acaso el Señor no valoraba el legítimo deseo
de honrar a su padre de aquel hombre?
Lo que
sucede es que quien decide seguir a Jesús no puede hacerlo intermitentemente,
si está libre o no tiene nada más que hacer. Seguir a Jesús es algo definitivo,
nueva forma de ser, actitudes nuevas, un nuevo norte que nos guía. Por eso la
frase aparentemente dura. El respeto por los que acompañaban al hijo único de
la viuda de Naím, su identificación con el dolor que manifestaban, así como por
la misma madre del difunto (Lucas 7, 11-16), llevan a Jesús a restablecer esa
vida y convertir en alegría su dolor. ¡El Señor es la Vida!
Los
muertos, pues, han de ser llorados, pues hay dolor; han de ser respetados, pues
son personas; y ha de honrarse su memoria, pues también somos modelaje de
ellos. Lo que pueden necesitar son nuestras oraciones, ¡entreguémoselas!
¡Dios te
bendiga!
Simplemente,
Isabel
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