Soñar
Soñar es una acción relativa a la imaginación. Así, percibimos o imaginamos cosas que parecen reales al soñar. Sin embargo, también podemos refugiarnos en ese espacio intelectual que nos permite llegar a lugares, realizar acciones, obtener victorias, diseñar, fantasear y hasta indagar en lo desconocido.
Cuando pensamos en sueños nos
solemos remitir a los niños, ya que esa es una acción usual y repetitiva en
ellos. Pareciera que los años son enemigos de los sueños. En nuestras culturas
es despreciable aquel que se sumerge fácilmente en el mundo de los sueños porque
deja, así, de vivir la realidad. ¡Queremos que el niño deje de soñar! ¡Queremos
que el joven deje de fantasear! ¡No soportamos a un adulto soñador! ¡Tachamos
de demente al abuelo que se inventa historias inverosímiles!
Cabría, pues, preguntarnos si esa
capacidad es un defecto o una virtud. Sin lugar a dudas, tal y como lo
demuestran muchos estudios científicos actuales, estamos ante una acción de
nuestro intelecto que señala a quien es capaz de realizarla como poseedor de niveles
más altos de creatividad, así como de estructuras cognitivas más eficientes que
el resto de individuos.
La persona capaz de soñar es muy
creativa y puede levantar un mundo entero solo con la imaginación. Simplemente
se requiere encontrar el punto de equilibrio entre sueño y realidad para nutrir
al uno con el otro. Pues es un soñador quien entreteje en su mente una historia
que después se convertirá en una obra de arte literaria. La imaginación va por
delante en toda acción intelectual constructora, aunque esta pudiera no llegar
a concretarse jamás.
Al expresar que soñar es un
atributo meramente humano nos referimos a que los animales no pueden diseñar en
su mente; se limitan a hacer lo que su especie hace, con nulos o escasos
cambios que obedecerían, más bien, a una adaptación a un ambiente cambiante,
hecho que no diferencia al ser humano del resto de seres vivos. En cambio, sí
lo hace diferente la capacidad de planificar acciones concretas, proyectar,
soñar y realizar. Nada más distante que la represa de un castor y la diseñada
por un ingeniero, por ejemplo.
El ser humano necesita soñar.
Cuando soñamos estamos utilizando una capacidad divina, la imaginación creadora,
atributo meramente humano. Los animales no sueñan en el sentido de imaginar o
fantasear, aunque sí en el sentido fisiológico, hecho que ya había sido concebido
por Aristóteles unos trescientos años antes de Cristo y verificado más
recientemente por numerosos estudios.
Hoy más que nunca hemos de permitir
y favorecer que nuestros niños sueñen. Las numerosas tecnologías dejan muy
escaso margen a la imaginación, limitándonos y condicionándonos. El soñar nos
hace libres, a la vez que es señal de esa libertad.
También se requiere urgentemente
que nuestra juventud dé rienda suelta a su capacidad imaginativa para favorecer
nuevos caminos para el saber que enriquezcan y complementen los ya existentes.
Un poco de libertad puede ayudarlos a sobreponerse al sin sentido que los
agobia y esclaviza en gastados estereotipos vaciados de humanidad y
sensibilidad.
Importa, y mucho, que nuestros
ancianos puedan soñar sin la coacción de calificativos de enfermedad que les
impiden disfrutar de tantas libertades perdidas mientras cumplían con sus
obligaciones. Ha de ser este un espacio para la libre creación, el libre
encuentro consigo mismos, con lo que, finalmente, creen.
También el adulto demanda espacios
intocables donde soñar esté permitido, que no les tachen sus capacidades
laborales o sociales y que den sano desahogo a las normas que les ciñen y
dirigen constantemente.
¡Todos necesitamos soñar! Porque
esta capacidad nos permite auto encontrarnos, descubrir potencialidades tal vez
adormiladas y necesarias.
Ahora bien, ¿es Dios un sueño?
Aunque es muy frecuente encontrar que muchos han perdido la fe y desdeñan su
existencia por vergüenza o comodidad, es importante que tengamos claro que Dios
no pertenece a la categoría de los sueños, sino, más bien, a la más absoluta realidad,
y en quien todo es posible.
Soñar es muy bueno. Descubrir a
Dios es mejor aún. En Él todo es virtud
transformadora, vivificante, renovadora. Descubrirlo en nuestro interior,
potencia nuestras cualidades y nos protege de tantas condicionantes sociales
que nos lastiman.
Dejemos que Dios haga espacio en
nuestro corazón y nuestra mente. Dejemos que sus sueños lleguen a nosotros y
confiemos en su poder, sobre todo cuando se trata de noches oscuras.
Para servirles,
Isabel
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