Memoria de san Joaquín y santa Ana, Padres de la Virgen María, 26 de julio de 2016




MONICIÓN DE ENTRADA
¡Muy buenas tardes, hermanas y hermanos! Nos encontramos reunidos con especial interés de honrar a quienes han gastado sus vidas en el servicio a otros, dando amor de su amor, esforzándose y entregándose. Se trata de los abuelos y abuelas quienes han sabido transmitir a nuevas generaciones los valores que ellos mismos habían recibido de sus mayores. Y lo hacemos en atención a la Memoria de san Joaquín y santa Ana, los padres de la Virgen María y abuelos de Jesús, nuestro Señor.
La tradición de la Iglesia ha identificado esta figura hermosa de los abuelos de Jesús en dos ancianos, Joaquín y Ana. Porque la encarnación del Verbo de Dios es un hecho real, es preciso afirmar también la plena humanidad de María, muchas veces considerada tan angelical y celestial, que se encuentra fuera de nuestra realidad humana. Como lo afirma la Palabra, Jesús nació de una mujer (Gal 4, 4), quien fue hija de unos padres humanos que, si bien no podemos saber con certeza científica sus nombres o detalles de sus vidas, sí sabemos  que existieron, que tuvieron rostro y nombre, y que, en su hija, María, contemplaron ya la aurora de la salvación.

MONICIÓN A LAS LECTURAS
PRIMERA: Ciertamente, la vida no termina en la muerte de las personas. Y, más allá de nuestra certeza en la vida eterna, sabemos que el recuerdo, la imitación del ejemplo recibido, el buen nombre establecido, son elementos que harán que el abuelo y la abuela sean recordados en su descendencia. Así lo afirmará el libro del Eclesiástico, cuya lectura escucharemos.
SALMO: La fidelidad de Dios es incuestionable a lo largo de la historia. Oraremos con el Salmo 131, en el cual se hará hincapié en que el Señor es fiel a su Palabra. El Señor  le había asegurado a David que pondría en su trono a uno de su descendencia. Sabemos que Cristo es el ‘ungido’, el Hijo de David encarnado en las entrañas purísimas de María, verdadera morada para el Señor.                  

EVANGELIO: Estamos llamados a descubrir a Dios en cada situación de nuestras vidas. Tal y como lo hicieron los dichosos Joaquín y Ana, quienes fueron de los que esperaban ver algo tan grandioso como la presencia del Emmanuel entre nosotros. Así prepararon al fruto de su amor, la pequeña María, verdadero signo de Dios. Escuchemos el brevísimo fragmento del Evangelio de san Mateo.


ORACIÓN DE LOS FIELES
1.   Por la Iglesia de Cristo para que el Señor le conceda la unidad y la libertad propias de sus hijos, y, llena de los Dones del Espíritu, sea conducida a la sabiduría y a la perfecciónRoguemos al Señor.
2.   Por nuestro Papa Francisco y por cada consagrado, por sus intenciones y necesidades. Para que, fortalecidos por el Espíritu Santo, sean fieles cumplidores de la misión que el mismo Jesús les encomendó en nombre del Padre eterno. Que la Misericordia les caracterice cada vez más.  Roguemos al Señor.
3.   Oremos especialmente por todos los sacerdotes, religiosos y religiosas, diáconos y servidores ancianos o enfermos de alma o de cuerpo.  Roguemos al Señor.
4.   Por las intenciones y necesidades personales de todos los aquí reunidos. Por los que sufren por la aparente lejanía de sus seres queridos o los que se sienten solos. Por quienes no han encontrado la paz y el perdón que Jesús nos dejó.  Roguemos al Señor.
5.   Oremos muy especialmente por todos los abuelos y abuelas, por los ancianos, para que encuentren la compañía y afectuosa atención que puedan necesitar y sepan que se les agradecen sus vidas gastadas por amor. Roguemos al Señor.
6.   Suplicamos al Señor por todos ancianos difuntos, para que el Señor no les tome en cuenta sus faltas sino el amor de su Iglesia y haga que el testimonio de palabra y de obra que han dejado a los suyos mueva a otros a ser, cada día, mejores y más auténticos cristianos.  Roguemos al Señor.

OFERTORIO
En tan especial ocasión queremos entregar en manos de estos dos ancianos las especies de pan y vino que se han de convertir en tu Cuerpo y en tu Sangre, Señor Jesús. Lo hacemos confiando en tu bondad infinita para quienes se han gastado entregándose en amor y servicio hacia quienes les han necesitado, un poco al ejemplo que Tú mismo nos has dado.

ORACIÓN FINAL

Al agradecer, Señor, tu Misericordia infinita, te suplicamos nos fortalezcas en ese precioso don para entregarlo –a ejemplo tuyo- durante toda la vida que nos reste. Amén.

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