Jesucristo, Amor Transformador. Bodas de Caná, 29 de mayo de 2016
Tres días más tarde
se celebraba una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí.
También fue invitado Jesús a la boda con sus discípulos. Sucedió que se terminó
el vino preparado para la boda, y se quedaron sin vino. Entonces la madre de
Jesús le dijo: «No tienen vino.» Jesús le respondió: «Mujer, ¿por qué te metes
en mis asuntos? Aún no ha llegado mi hora.» Pero su madre dijo a los
sirvientes: «Hagan lo que él les diga.» Había allí seis recipientes de piedra,
de los que usan los judíos para sus purificaciones, de unos cien litros de
capacidad cada uno. Jesús dijo: «Llenen de agua esos recipientes.» Y los
llenaron hasta el borde. «Saquen ahora, les dijo, y llévenle al mayordomo.» Y
ellos se lo llevaron. Después de probar el agua convertida en vino, el
mayordomo llamó al novio, pues no sabía de dónde provenía, a pesar de que lo
sabían los sirvientes que habían sacado el agua. Y le dijo: «Todo el mundo
sirve al principio el vino mejor, y cuando ya todos han bebido bastante, les
dan el de menos calidad; pero tú has dejado el mejor vino para el final.»
Esta señal milagrosa
fue la primera, y Jesús la hizo en Caná de Galilea. Así manifestó su gloria y
sus discípulos creyeron en él. Jesús bajó después a Cafarnaúm con su madre, sus
hermanos y sus discípulos, y permanecieron allí solamente algunos días.
NARRADOR: Para cada
evangelista hay una manera particular de expresar a Jesús. Entraremos en
contacto hoy con el Evangelio de san Juan, en los primeros doce versículos del
segundo capítulo (Juan 2, 1-12). Se trata del conocido pasaje de Las Bodas de
Caná, donde se narra el primero de los siete signos que ocupan la primera parte
de su Evangelio. Desde que Jesús aparece en escena y se le señala “ahí está el
Cordero de Dios” han pasado siete días hasta esta boda en Caná de Galilea.
Comencemos por imaginar… Hay una boda
en Caná (señalando a cada personaje, le entrega cartelito con el nombre de su
personaje): los novios sin nombre…, los invitados…, la Madre de Jesús…, Jesús…
y sus discípulos…, el mayordomo…, los sirvientes…
Comienza el banquete de boda (se oye
música alegre y suave) y, a la mitad, (cesa la música y la alegría) se termina
el vino. María –no se revela cómo- percibe lo que ocurre. Esta será ¡una boda
sin vino! desgraciada manera de comenzar una familia; ausencia de alegría,
cuchicheos, vergüenza profunda, desprestigio social, gran humillación…
Ni siquiera el mayordomo lo había
notado… (música suave, mariana)¿A quién podrá acudir la Primera Discípula, sino
a quien pudiera solucionar el terrible problema? ¡Debe fluir el vino bueno, que
es Jesús, para quien lo necesite?- piensa su Madre.
-No tienen vino -le dice María-
y Jesús le responde: ¡Eso no es asunto nuestro, Mujer!... (algo como
‘aleluya?) Ya Jesús conoce a su Madre, sabe que Ella no solo es su Madre sino
que siempre está dispuesta a serlo de todo el que la necesite, por eso la
reconoce ‘Mujer’ la Madre de la Creación Nueva que Él traía… Sin embargo, no
era en este momento en que debía iniciarse la hora del Jesús. Debía ser
discreto…
María así lo entiende y se acerca a los
sirvientes, diciéndoles: ‘Hagan lo que Él les diga.’ Estos se acercan a
Jesús, quien les señala las tinajas de piedra usadas por los judíos para sus
purificaciones, de unos cien litros de capacidad cada uno, y les dice: «Llenen
de agua esos recipientes.» Y ellos los llenaron hasta el borde.
Esos
recipientes estaban vacíos, así como estaba vacío el culto que los israelitas
brindaban. Pero, ¿qué relación existe entre el agua que deberían contener las
tinajas y el vino que hace falta? Debemos saber que, en cada Eucaristía, se nos
representa con una gotita de agua que, unida al vino, será parte de esa Sangre
de Cristo en este que se convierte. Por lo tanto, el agua será lo anterior a la
obra redentora de nuestra Salvación, mientras que el vino simbolizará lo
resultante después de su Acción Salvadora. Esto es, en otras palabras, agua
insípida contrapuesta a vino sabroso: vida sin Dios o con Dios que, mediante la
purificación por el vino, se convierte en la Sangre de Jesucristo.
-
¡Bien,
bien, bien! ¿Ya están listas las tinajas? –Dice el narrador a los sirvientes,
quienes confirman con movimiento de su cabeza. Prosigue el narrador:
Aunque
no hay muchos detalles, sabemos que Jesús oró a su Padre, que bendijo esa agua
antes de decir a los sirvientes: «Saquen ahora, y llévenle al mayordomo.»
Después de probar el agua convertida en vino, el mayordomo llamó al novio, pues
no sabía de dónde provenía, a pesar de que lo sabían los sirvientes que habían
sacado el agua.
Y sucedió que cuando ellos se lo llevaron, el
mayordomo se molestó con el novio, por cuanto era su responsabilidad que toda
la boda transcurriera de la mejor manera. Pero, ¿por qué se molestó. El relato
sí que lo explica:
El mayordomo le dijo al novio: «Todo el
mundo sirve al principio el vino mejor, y cuando ya todos han bebido bastante,
les dan el de menos calidad; pero tú has dejado el mejor vino para el final.»
Debemos entender que quien no sabe que Dios
está obrando en nuestras vidas no entiende por qué cambiamos nuestra manera de
comportarnos. La transformación del agua en vino se refiere a lo viejo que se
hace nuevo, lo pasado que se actualiza. El agua de las tinajas de piedra es la
Ley y el vino es el Amor: La Eucaristía es el vino bueno; todo lo demás no sabe
decirme lo que quiero. Podríamos, luego, decir que “el que no sabe a Dios, no
sabe nada”. ¿Para qué vale tanta agua almacenada si no sabe a amor de Dios y
amor a Dios?
Por eso, hermanas y hermanos,
alegrémonos porque sobre el altar encontraremos el amor y el sabor de Cristo
que se hace uno con nosotros para dársenos
como ‘el Alimento’ para nuestra Salvación. El Señor, que está con
nosotros, con su Iglesia, como el esposo, celebra su boda con esta en cada
Fiesta de la Eucaristía.
Por eso, ¡bailemos en honor al Señor y
démosle Gracias! (Se escucha un canto alegre y apropiado para esta ‘boda’
mientras narrador y demás personajes bailan al Señor.
Los
personajes van desarrollando sus escenas mientras el narrador hace lo suyo. Al
final se baila y dicen todos juntos: ¡Gracias,
Señor, por la Eucaristía’.
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