XXX Domingo del Tiempo Ordinario 25 de octubre de 2015

 MONICIÓN DE ENTRADA
¡Muy buenos días para todos los hermanos aquí presentes! Al momento de darles la bienvenida a nuestra Celebración del XXX Domingo Ordinario los invitamos a abrir muy bien los ojos y apreciar las bendiciones con que el Señor nos dice que nos ama. Y, aunque podamos estar pasando momentos de dificultad, hemos de fijar en el Señor nuestra mirada y seguir adelante. Él nos quiere consolar. Él quiere seguir haciendo grandes cosas por nosotros. Él quiere nuestra alegría verdadera. Él, Sumo y Eterno Sacerdote, nos ha dado la Salvación y debemos vivir como quien ha sido salvado a tan grande precio, la Cruz Redentora.
El mundo nos muestra supuestas maravillas para lograr la felicidad pero, si dejamos que el Señor Jesús abra nuestros ojos y nos quite la ceguera espiritual, podremos ser verdaderamente dichosos y ayudar a otros a lograrlo. ¡Que nada ni nadie nos impida acercarnos a Él y contarle lo que nos pasa! Recordemos que éste es el Día del Señor.

PENITENCIAL
1.- Porque buscamos nuestro bien en quien no nos ama -brujos, santeros, adivinadores- y olvidamos que en Dios tenemos al Padre de Misericordia, que está siempre atento para ayudarnos. ¡Señor, ten piedad! (Niño/a con cartel: Brujos, santeros, curanderos, adivinadores, maestros de la luz…)
2.-  Porque creemos que Dios está obligado a hacer lo que queremos, cuando y como lo queremos y hasta le ponemos precio a su ayuda y le pagamos por sus servicios. ¡Cristo, ten piedad! (Niño/a con cartel: Queremos comprar milagros)
3.- Porque quitamos valor a quienes buscan acercarse a Dios; porque entorpecemos el encuentro de otros con el Señor, a quien decimos que seguimos. ¡Señor, ten piedad! (Niño/a con cartel: Deja tranquilo a Dios; no hace falta)

MONICIONES SOBRE LAS LECTURAS
PRIMERA.- El Señor es fiel y siempre está a favor de todo lo que constituya nuestra verdadera felicidad, aunque momentáneamente debamos llorar un poco. El profeta Jeremías expone seguidamente cómo el Señor ha de reunir a su Pueblo disperso para llenarlo de gozo y de consuelo y darle la Salvación.
SALMO.- Si prestáramos atención a los tiernos cuidados que cada día el Señor nos entrega, seguro que sería una experiencia personal la de orar con este hermoso Salmo, el 125. Históricamente ubicado como un canto de subidas para festejar la vuelta de Babilonia, debe constituir nuestro gozo ante el Dios que cuida de sus hijos.
SEGUNDA.-  Continuamos la lectura de la Carta a los Hebreos. Todo sacerdote representa a quien le envió, actúa en su nombre y está llamado a interceder por el pueblo que le ha sido encomendado. Pero Cristo ha sido constituido como Sumo y Eterno Sacerdote, sin pecado, el supremo intercesor nuestro ante el Padre, auténtica expresión de la Misericordia de Dios.
EVANGELIO.- Les invitamos a prestar mucha atención a la proclamación del evangelio según san Marcos sobre el encuentro de Jesús con un ciego de Jericó, Bartimeo. Es llamativo el hecho de que las personas que rodeaban a Jesús –entre ellos, sus Apóstoles- querían callarlo, pero el ciego insistió, y Jesús lo escuchó y le concedió lo que pedía: ver. Por supuesto, sanada hasta su ceguera espiritual, proclama a todos el poder y la misericordia divinas.

ORACIÓN DE LOS FIELES
1.- Creemos que la Iglesia debe ser ese faro de luz que guíe a todos a la Luz verdadera que es Cristo, especialmente en tiempos de tanta oscuridad y distracción. Por eso, roguemos al Señor.
2.- Entendemos que no es fácil la posición del papa Francisco, de los obispos y sacerdotes, de los religiosos y demás servidores del Señor; necesitamos ser coherentes con la fe que profesamos y llevar al mundo un mensaje actuante que sepa comunicar a los sentidos nuestra necesidad de Dios y Su permanente disposición para con sus hijos. Por todo esto, roguemos al Señor.
3.- Hay muchas personas especiales en cuanto a sus capacidades limitadas. Ellos son especiales, además, en cuanto a la fuerza de vida que actúa en lo que pueden lograr. Para que se encuentren contigo, Señor y descubran nuevas fuerzas en Ti, nosotros rogamos al Señor.
4.- Conocemos a muchas personas a quienes el mundo ha cegado, aturdido o mutilado. Su sufrimiento es grande. Los presentamos al Señor para que entre a sus corazones y fluya la comunicación, el amor y la sanación. Por esto, rogamos al Señor.
5.- Muchos quisiéramos haber vivido en tiempos de Jesús y haber compartido con Él. Olvidamos que Él vive ‘prisionero de amor’ en el sagrario y –tan real como entonces- nos encuentra en la Eucaristía. Necesitamos que se nos quite la ceguera y lo podamos ver; por eso, roguemos al Señor.
6.- Encomendemos a quienes realizan procesos de catequesis, para que aprendan a escuchar el paso del Señor y nada ni nadie les impida hablar con Él y recibir su sanación y salvación. Por eso, roguemos al Señor.
7.- Recordemos a muchas personas que nos han pedido oración por sus necesidades y situaciones. Que sepamos ayudarles con amor. Roguemos al Señor.
8.- Finalmente, recordamos a los difuntos. Supliquemos al Señor les conceda ver y disfrutar su Luz en la Jerusalén celestial. Roguemos al Señor.

OFERTORIO
1.    Te entregamos nuestra convicción: Tú eres ‘fiel, justo, misericordioso, cercano, comprensivo, Padre Bueno, amigo’… A ti, Señor de la Vida, queremos agradecer porque siempre -SIEMPRE- estás por ahí, haciéndote el encontradizo, para que podamos llamarte y, Tú, atendernos. (Siete niños/as portan estas características de Dios y las pegan a la parte frontal del mantel del altar; en el centro, la palabra DIOS)
2.    Aunque la gran mayoría de nosotros ve más o menos bien, reconocemos que somos ciegos y que cometemos muchos errores por dejarnos guiar por esa ceguera espiritual. Así que hoy te entregamos los errores cometidos, las heridas causadas, las ayudas retenidas, en fin, todo lo que esa ceguera ha causado en las personas. ¡Transfórmalo con tu amor, Señor, ya que pasas por nuestras vidas! (Un niño/a, conducido por alguien más, llega ante el altar y, terminada la monición, grita al Señor: ‘¡Señor, que vea!’. Se quita los lentes negros y se arrodillan para agradecer.

3.    Tan real como lo fuiste para Bartimeo, lo eres para nosotros en la Eucaristía. Al ofrendar el pan y el vino –las ofrendas propias del sacrificio eucarístico- lo hacemos convencidos de que podemos hablarte y Tú, Señor, nos escucharás y obrarás con poder en nuestras vidas. Por tu Presencia eucarística, ¡gracias, Señor!

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