Vida de Monseñor Oscar Arnulfo Romero Galdámez
Oscar Arnulfo Romero Galdámez nació
en Ciudad Barrios, departamento de San Miguel, el 15 de agosto de 1917, en el
seno de una familia humilde. De carácter
tímido y reservado, su amor a lo sencillo y su interés por las comunicaciones
siempre estuvieron de manifiesto. Decidido a entregar su vida al servicio de Dios y del
pueblo, a los 14 años ingresó al Seminario Menor de San Miguel, con los padres Claretianos y, posteriormente, con los padres Jesuitas en el
Seminario San José de la Montaña hasta 1937, cuando fue enviado a Roma a completar
su formación . Ordenado sacerdote a la edad de 25 años en Roma, el 4 de abril
de 1942.Regresó al país en agosto de 1943. Su primera parroquia fue Anamorós en
el departamento de La Unión. Pero poco tiempo después fue llamado a San Miguel
donde realizó su labor pastoral durante aproximadamente veinte años. Se
manifestó siempre como un sacerdote sumamente caritativo y entregado que no
aceptaba obsequios que no necesitara para su vida personal.
Dada su amplia labor sacerdotal fue
elegido Secretario de la Conferencia Episcopal de El Salvador y ocupó el mismo
cargo en el Secretariado Episcopal de América Central. El 25 de abril de 1970
fue elevado al ministerio episcopal como Obispo Auxiliar de San Salvador. Su lema y el de toda su vida: “Sentir con la
Iglesia”. También fue nombrado director
del semanario Orientación, al que dio un giro notablemente clerical.
En El Salvador la situación de
violencia avanzaba, y la persecución a
la Iglesia en todos sus sentidos comenzó a cobrar vidas.
El 14 de diciembre de 1974 Mons.
Romero ocupó la sede vacante de la Diócesis de Santiago de María, la más joven de El Salvador en ese entonces.
Fue a partir del suceso de “Las Tres
Calles”, en junio de 1975, cuando un
grupo de campesinos que regresaban de un acto litúrgico fue asesinado sin
compasión alguna, incluso a criaturas inocentes, cuando los sacerdotes de la
Diócesis, sobre todos los jóvenes, pidieron a Monseñor Romero que hiciera una
denuncia pública sobre el hecho y que acusara a las autoridades militares del
siniestro que acusaba de subversivos a estos campesinos cuyas ‘armas’ no eran
más que las biblias que portaban bajos sus brazos. Entonces comenzó a conocer estructura
de terror que imperaba en su país y que eliminaba de su paso a todo lo que
pareciera atentar los intereses de “la patria” que no eran más que los
intereses de los sectores pudientes de la nación.
En medio de ese ambiente de
injusticia, violencia y temor, Mons. Romero fue nombrado Arzobispo de San
Salvador el 3 de febrero de 1977 y tomó posesión el 22 del mismo mes, en una
ceremonia muy sencilla. Tenía 59 años de edad y su nombramiento fue para muchos
una gran sorpresa. Comenzaron a sucederse una serie de asesinatos de sacerdotes
y allegados a éstos. La opción de Monseñor Romero comenzó a dar frutos en la
Arquidiócesis, el clero se unió en torno al él, los fieles sintieron el llamado
y la protección de una Iglesia que les pertenecía, la “fe” de los hombres se
volvió en el arma que desafiaría las armas del terror. El Arzobispo se
convirtió en un implacable protector de la dignidad de los seres humanos, sobre
todo de los más desposeídos; esto lo llevaba a emprender una actitud de
denuncia contra la violencia, y sobre todo a enfrentar cara a cara a los
regímenes del mal. Sus homilías se convirtieron en una cita obligatoria de todo
el país cada domingo. Desde el púlpito iluminaba a la luz del Evangelio los
acontecimientos del país y ofrecía rayos de esperanza para cambiar esa
estructura de terror.
Los sectores económicamente
poderosos del país así como toda la estructura gubernamental que alimentaba esa
institucionalidad de la violencia en la sociedad salvadoreña fueron centro de
su clara oposición. Las nacientes organizaciones político-militares de
izquierda - duramente criticadas por Mons. Romero en varias ocasiones por sus
actitudes de idolatrización y su empeño en conducir al país hacia una
revolución- lo hicieron blanco seguro de sus represalias. Su ministerio
arzobispal, su opción pastoral y su personalidad misma fueron duramente
atacados, publicándose a diario insultos, calumnias y amenazas en los
periódicos más importantes, editoriales, campos pagados y anónimos. La “Iglesia
Perseguida en El Salvador” se convirtió en signo de vida y martirio en el
pueblo de Dios. Monseñor Romero se convirtió en “voz de los sin voz”. Como ocurre en estos casos, muchas de los
sectores poderosos y algunos obispos y sacerdotes se encargaron de manchar su
nombre, incluso hasta llegar a las autoridades de Roma, con el lógico
sufrimiento para Mons. Romero,
quien, a finales de 1979, sabía el
inminente peligro que acechaba contra su vida y en muchas ocasiones hizo
referencia de ello, consciente del temor humano, pero más consciente del temor
a Dios a no obedecer la voz que suplicaba interceder por aquellos que no tenían
nada más que su fe en Dios: los pobres.
En febrero de 1980 se frustró un
atentado dinamitero en la Basílica del Sagrado Corazón de Jesús, el cual
hubiera acabado con la vida de Monseñor Romero y de muchos fieles que se
encontraban en el recinto de dicha Basílica.
Un mes más tarde, el domingo 23 de
marzo de ese mismo año, Mons. Romero pronunció su última homilía, la cual fue
considerada por algunos como su sentencia de muerte debido a la dureza de su
denuncia: “en nombre de Dios y de este pueblo sufrido... les pido, les ruego,
les ordeno en nombre de Dios, CESE LA REPRESIÓN”. Al día siguiente, el 24 de
marzo de 1980, Mons. Oscar Arnulfo Romero Galdámez fue asesinado de un certero
disparo, aproximadamente a las 6:25 p.m. cuando oficiaba la Eucaristía en la
Capilla del Hospital La Divina Providencia, exactamente al momento de preparar
la mesa para recibir el Cuerpo de Jesús. Fue enterrado el 30 de marzo y sus
funerales fueron una manifestación popular de compañía, sus queridos
campesinos, las viejecitas de los cantones, los obreros de la ciudad, algunas
familias adineradas que también lo querían, estaban frente a la catedral para
darle el último adiós, prometiéndole que nunca lo iban a olvidar. Raramente el
pueblo se reúne para darle el adiós a alguien, pero él era su padre, quien los
cuidaba, quien los quería, todos querían verlo por última vez.
El actualmente Siervo de Dios y
Mártir, Monseñor Oscar Arnulfo Romero Galdámez, será beatificado el próximo 23
de mayo en El Salvador.
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