¡Palabra de Herodes!

Vivimos en un mundo de palabras, decíamos. Tantas, que han perdido su sentido. Eran otros los tiempos en que una palabra tenía valor.
Sin pretender ser experta en lenguas, se puede decir que la significación de la palabra se ha venido a menos. Hay un uso abusivo de comodines. Cuando usted conversa con una persona puede ocurrirle que se repitan palabras que -analizada su significación- no vengan a ser más que acomodadores del sentido. Llega a haber ese tipo de conversación en el cual de diez palabras, cinco son acomodadores, ya que hasta del propio significado han sido vaciadas. 
Podríamos ejemplificar con aquella palabra que significa ‘homosexual’ y con la cual se llaman muchachos y muchachas: “M….., ¿qué te dijeron?” “¡Qué va, M….., ni se dieron cuenta que llegué tarde!”. Cuando se conoce a quienes conversan y se sabe que tal no es su característica, se puede comprender que el vocablo está siendo utilizado simplemente para substituir el nombre de la otra persona, completamente vaciado de su significación.
Este fenómeno ocurre a muchos niveles y estratos socioculturales, entre personas de muy variada edad. No estamos ante un enriquecimiento del lenguaje sino ante su deformación. Olvidamos que el español es tan rico en términos y expresiones que permite abarcar –podría decirse- todo lo que se quiera expresar.
En otro sentido, la palabra se ha perdido.
El Evangelio de Marcos, capítulo 6, refiere con precisos detalles lo ocurrido entre Herodes, Herodías y Juan Bautista. Juan había sido apresado por la constante condenación a la relación ilícita entre el rey y Herodías, la mujer de Filipo el hermano de aquél. Un día daba el rey un banquete a sus relacionados cuando la hija de Herodías bailó para ellos muy bien; tanto, que el rey le ofreció por haberlo hecho lo que la chica quisiera –aun cuando le pidiera la mitad de su reino, se lo daría. Lo hizo delante de sus invitados. Aconsejada por su madre –que odiaba a Juan por lo que decía- la joven pidió la cabeza del Bautista sobre una charola.
Y dice el relato de san Marcos: “El rey se puso muy triste; pero, por el juramento y los convidados, no quiso desairarla. Enseguida le mandó a un verdugo que trajese la cabeza de Juan.” ¡Esto sí es tener palabra! Lástima que la palabra haya servido para terminar una vida. La tristeza del rey tenía que ver con el aprecio y el gusto que sentía por escuchar a Juan predicar. Pero fue mayor el poder de su palabra.
Pareciera que el consejo de nuestros días es: ‘Habla, asegura, que después ya verás qué dices.’ Inventamos ideas sobre algo o sobre alguien, carentes absolutamente de todo sentido; y nuestro cuerpo, nuestro rostro es capaz de ofrecer la propia vida para asegurarlo. Siendo falso. Sabiéndolo quien asegura. Teniendo la certeza de no pensar cumplir la promesa…
Aunque en esto las palabras más vacías y falsas se usan en el terreno amoroso, no son poco usadas en el terreno financiero, donde los clichés o estereotipos sociales ofrecen razones para creer en la palabra de alguien, aunque terminen, muchas veces, en estafa.
Por eso la gente creyó a Jesús. Él hablaba ‘como quien tiene autoridad’, sin engaños. Su Palabra era –y sigue siendo- veraz. Jamás defraudará.
Sería interesante ver qué ocurre en nuestras vidas cuando ‘sí’ sea ‘sí’ y ‘no’ sea ‘no’. ¡Y que eso baste!
¡Dios nos bendiga!

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