II Domingo de Pascua, 3 de abril de 2016
MONICIÓN DE ENTRADA ¡Hermanos, que la alegría pascual del Resucitado llene nuestras vidas de bendiciones abundantes! Ya ha transcurrido una semana de la Resurrección del Señor. Pero no queda ahí la cosa. Jesús vuelve a hacerse presente en medio de sus elegidos; como de costumbre, lo hace entregándoles su más preciado regalo, la paz. Litúrgicamente hemos estado celebrando ese anuncio de la Resurrección durante los días ‘octavos de Pascua’ de la semana que concluye. Y nos podemos preguntar: ¿Creemos que Jesús padeció, murió y, al tercer día, resucitó ? Porque si no nos fiamos del testimonio de los Apóstoles, entonces nuestra fe es demasiado pequeña y no tiene dónde agarrarse. Tendremos, pues, que unirnos al Apóstol Tomás y clamar al Señor diciendo: ‘¡Señor mío y Dios mío!’ Dispongámonos para que el Señor se haga presente en medio de nosotros –como lo hace cada Domingo- y que derrame sobre nosotros su Misericordia -que brota de su costado abierto- y dejemos que nuestra fe reviva