Adoración del Jueves Santo ante el Monumento
Desde los siglos I y II
d.C. la Iglesia ha practicado una tradición de profundo arraigo, la cual
consiste en adorar al Santísimo Sacramento del Altar –esto es, el Cuerpo de
Cristo- que ha sido especialmente
colocado en inspirados altares en las iglesias cada Jueves Santo. Ese día, la
devoción invita a los cristianos a visitar siete templos como una manera de
demostrar al Señor su amor y fe en el misterio de la Salvación. Verdaderas
obras de arte, cada altar constituye motivo de admiración, ya que se cuidan
detalles y se expresa el arte popular. Este hecho se da en todas las iglesias
católicas del mundo.
Con gran esmero se
prepara un ambiente lleno de simbología y dignidad que servirá para ubicar el
copón donde se ha guardado el Cuerpo de Cristo como reserva para que los fieles
que asisten a los actos religiosos del Viernes Santo puedan recibir la santa
comunión. Este hecho se requiere por cuanto éste es el único día que la Iglesia
Católica no celebra la eucaristía, por ser el día en que Jesús fue crucificado.
Así, el Jueves Santo, finalizada la misa
de la Última Cena del Señor y el Lavatorio de los pies, el sacerdote coloca el
copón que contiene las hostias consagradas en el monumento para la adoración de
los fieles. Estas hostias o especies consagradas son las que se repartirán a
los fieles el Viernes Santo durante la liturgia de la Adoración de la Cruz y la
Oración Universal.
Como se observa, el
monumento no es el fin, sino Jesús Eucaristía, quien ha de ser adorado. Cada
comunidad eclesial ha de organizarse adecuadamente de manera que, durante toda
la noche, la feligresía adore al Señor. Esta adoración se suele organizar por
grupos parroquiales o cofradías.
No obstante, podríamos
caer en el error de quedarnos en la vistosidad del arte y olvidarnos de Aquel a
quien hemos de buscar para adorar. Hay que admirar el arte, sí; pero hemos de
admirarnos ante la grandeza del Misterio Eucarístico, ofreciéndole nuestro amor
y gratitud más sinceros a quien todo lo entregó por amor a nosotros.
Seguidamente se propone
una sencilla adoración al Santísimo, que tal vez pueda serles de utilidad.
Adoración al Santísimo Sacramento del Altar
Padre amado: Hoy venimos a
encontrarnos contigo, a expresarte nuestro amor y a ofrecernos para Ti. (CANTO AL PADRE)
Al recordar lo que nos
dijiste de Jesús, tu Hijo amado, "Este
es mi Hijo amado, en quien tengo mi complacencia: Escúchenlo" (Mt.
17,5), no podemos menos que obedecerte y disponernos para Él. A Él queremos
escuchar. A Él queremos adorar. A Él queremos seguir. Sabemos, Padre, que Jesús
es tu enviado, Aquel que nos dio la Salvación con su sacrificio perfecto y
agradable a Ti. También nosotros queremos agradarte, Señor. (CANTO AL HIJO)
Pero necesitamos adorarte en
espíritu y en verdad, Señor (Juan 4, 23-24). Necesitamos que tu Santo Espíritu
fluya en cada persona aquí presente para que nuestros espíritus te adoren: con
nuestras historias personales, con nuestras obras y nuestras omisiones, con
cada experiencia vivida, con cada alegría y con cada tristeza, con nuestros
aciertos y nuestros desaciertos, con nuestras capacidades y nuestras
incapacidades, con lo que somos y con lo que quisiéramos ser, … , en fin,
necesitamos que tu Santo Espíritu nos ilumine para que te adoremos hasta con
nuestras miserias. (CANTO A LA ACCIÓN DEL ESPÍRITU SANTO)
Por eso, obedeciéndote,
Padre, nos disponemos a Jesús. Hemos venido a adorarlo en su Presencia Eucarística.
Hemos venido a postrarnos no solo físicamente, sino espiritualmente, ante quien
merece toda adoración. Porque Jesús es Aquel cuyo nombre es santo; por eso, “al nombre de Jesús, se doble toda rodilla
en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria
de Dios Padre: “Jesucristo es el Señor.»” (Fil. 2, 10-11). (CANTO DE
ALABANZA AL SEÑOR JESÚS)
Es por eso que hoy estamos
aquí, Señor: Hemos venido a visitarte, a encontrarnos contigo, a decirte que
creemos en Ti; hemos venido a pasar un ratito en tu Presencia… Hemos venido a
agradecerte tanto amor, Jesús. Porque tu Presencia Eucarística es
sacrificio expresado en la comunión y donación de todo lo que Tú eres, Señor.
Hoy, Señor Jesús, queremos
unirnos a Ti para alabar al Padre, darle gracias por todo cuanto ha creado.
Queremos alabarlo contigo por cada persona que existe, aún por quienes nos han
causado dolor. Queremos alabar al Padre por cada amanecer, por el esfuerzo de
cada día, por el descanso de cada noche; por la renovación de nuestro ser en
tan diversas circunstancias. Te queremos dar gracias, Padre, porque en Jesús
nos has hecho hijos tuyos y hermanos unos de otros y podemos decirte ‘Padre
nuestro’. (CANTO POR LA CREACIÓN)
En este día, Señor Jesús,
agradecemos hasta tu aparente ausencia. Aún recordamos cuando en tu Última Cena,
después de haberles lavado los pies a los discípulos, pronunciaste unas
palabras muy sorprendentes: “Les conviene
que yo me vaya; porque mientras yo no me vaya, el Protector no
vendrá a ustedes. Yo me voy, y es para enviárselo.” (Jn 16,7). Y lo hiciste para que nos guiara en todos los
caminos de la verdad. Te alabamos, Espíritu de la Verdad, Espíritu de Dios, que
nos guías, proteges e instruyes; que nos sostienes y consuelas; que nos
conduces al puerto seguro de la Salvación. ¡Gracias, Espíritu de Dios! (CANTO
AL ESPÍRITU SANTO)
Amado Jesús, Tú eres nuestra esperanza, en Ti está
puesta nuestra fe, por Ti queremos amar hasta a quienes nos hacen sufrir o nos
resultan indiferentes. Hoy queremos alabarte. Queremos darte gracias por
quedarte ‘prisionero de amor’ entre nosotros en el tabernáculo, simplemente por
amor a nosotros. Es un dulce milagro
el que ocurre, que te hace permanentemente presente entre nosotros hasta para
nuestros sentidos; podemos dirigir a Ti nuestra mirada; podemos recibirte y
gustarte y hacernos uno contigo por unos minutos cada día. Y Tú, dulcísimo
Señor, permaneces siempre encerrado y cautivo
en los altares de nuestras iglesias esperando nuestra visita. Te amo, Señor, Te adoro, creo en Ti,
permíteme escuchar tu dulce voz… (SILENCIO CON SUAVE MELODÍA DE ADORACIÓN) Te suplico que me hables aunque mi corazón
sea como de piedra y mis oídos físicos y espirituales estén cerrados
completamente, háblame, Señor. (SIGUE LA SUAVE MÚSICA) Quiero escucharte decir:
“Soy Jesús y vivo en este lugar donde mi inmenso amor por cada persona me tiene
prisionero. Desde aquí consuelo a todo el que llora.”… Y cuando destroces este
corazón y cualquier barrera que haya en mí, Señor, sé que escucharé cómo me
dices: Y tú, mi amado pequeño, mi amada pequeña, ¿qué es lo que quieres de Mí? (BAJA
LENTAMENTE EL VOLUMEN DE LA MELODÍA HASTA QUEDAR SILENCIADA TOTALMENTE)
Hoy, Señor mío y Dios mío,
es momento de tomar decisiones; es momento de hacer vida la esperanza que late
en nuestros corazones, es momento de decir
con el Apóstol: "Mi vida es Cristo" (Flp. 1,21), porque nuestra
vida no tiene sentido sin ti, dulce Jesús. Queremos amar como Tú, que das la
vida y te comunicas en plenitud, con todo lo que eres.
Por eso, Señor, hoy queremos
pedirte algo a Ti, que todo lo puedes: danos la capacidad de aprender a "estar con quien sabemos nos
ama" (AESJPII), y porque en la
oración "el amor es el que
habla" (Sta. Teresa), danos gustar de tu compañía y amistad en un silencio íntimo, nutricional y
vivificador que nos capacite para llevar esa Vida tuya a todos… Haznos, Señor,
parecernos a Ti, asemejarnos a Ti y, así, contigo, adorar al Padre en espíritu
y en verdad.
Jesús, Amigo nuestro, que te
compadeces de nosotros, pobres pecadores, quiero reconocer tu infinita bondad
en mi historia personal y comunitaria. Y, porque sé que tu corazón siempre nos
escucha, dejaré de pedir o esperar pruebas o manifestaciones extraordinarias.
Adoramos, Señor, tu Presencia sacramental, postramos nuestras historias ante el
que vive para vivificarnos y fortalecernos en el camino de la vida. ¡Bendito y
adorado seas, Señor Dios nuestro, en el Santísimo Sacramento del Altar! (CANTO
FINAL DE ADORACIÓN A JESÚS EUCARISTÍA)
OBSERVACIONES: Es muy importante combinar la reflexión con la música adecuada. Hay que cuidar hasta del silencio sugerido. Se deberá hacer con calma, gustando de la Presencia Eucarística de nuestro Señor Jesús.
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