María, La Mujer de la Luz






El ser humano ha recorrido un camino de sombras por el pecado –esto es, nuestros malos actos. A veces hasta se observa desaprecio en la aplicación del nombre común o particular dado a una persona. Es así como el nombre dado a la hembra de la especie humana se perdió en consideraciones negativas y el otrora noble título de ‘mujer’ ha llegado a denotar cierto desdén.
Ante la deformación que causa el pecado en la historia, que borra la verdad sobre la mujer, dijo san Juan Pablo II: “María es «nuevo principio» de la dignidad y vocación de la mujer, de todas y cada una de las mujeres.” Es el modelo de realización personal. Y si el santo habla de ‘nuevo principio’, convendría remontarnos al ‘primer principio’ que, evidentemente, tuvo un final.
Según refiere el libro del Génesis, Dios crea al hombre. Éste se siente vacío a pesar de toda la inexpresable naturaleza creada por Dios y puesta a su disposición. Es entonces cuando el Señor le da una creatura semejante a él, de su misma dignidad y naturaleza, una ‘ayuda adecuada –según el segundo relato de la Creación. El Señor Dios ‘hizo caer un profundo sueño sobre el hombre, el cual se durmió. Y le quitó una de las costillas, rellenando el vacío con carne. De la costilla que el Señor Dios había tomado del hombre formó una mujer y la llevó ante el hombre. Entonces éste exclamó: "Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Esta será llamada mujer, porque del varón ha sido tomada."
No obstante tan hermoso origen, aquella cuyo nombre representa tanto la dimensión de apertura -para comunicar la vida- como la dimensión de acogida -para ofrecerse a Dios para  escuchar Su Palabra y dar vida-, ha sido vaciada de sí (la madre, la que acoge y está abierta a Dios y a la vida), desfigurada en lo que le da felicidad real, para asignarle el roll de persona de derechos, que no debe dedicarse a traer hijos al mundo, educarlos y cuidar de la familia; cuando, en realidad, se la está engañando con las nuevas manzanas de que ‘es mucho más honorable hacer de secretaria-mecanógrafa, comerciante, productora o conductora de algo, profesional -en fin, mujer libre- que criar hijos y educarlos.’ Y son numerosos los casos de agobio por las cargas que debe asumir, aunque ‘es libre’…
La mujer, creada con dignidad y vocación, ha sido reducida a objeto de lujo, complacencia y utilidad. Por eso es buen momento de volver a María –la Mujer- la mirada, descubriendo en Ella el modelo de su realización personal.
Para hacerlo debemos escuchar dos momentos importantes de la historia de la Mujer del nuevo principio.
El primero, se remonta al comienzo de la vida pública de Jesús, cuando asistieron a una boda en Caná de Galilea Él, su Madre y sus discípulos. No hizo falta el nombre de los novios para que su boda resaltara en toda la Biblia pues, ante la falta de vino, María presiona a Su Hijo para que los auxilie; no quería Ella que tanta felicidad se viera empañada por la escasez y sabía bien esta Madre que Jesús podía hacer lo necesario para solucionar tan grave situación. Es ahí donde el Señor Jesús la llama ‘Mujer’. Y, aunque muchos han visto en esa expresión –venida a menos en el común de las personas- un desprecio, en realidad constituye un reconocimiento de su Hijo al título que le es propio a su Madre: Mujer. Si caben dudas recordemos que Jesús le obedece. María ha intercedido para que su Hijo obrara el primero de un incontable número de portentos –o milagros- que expresarían su gran amor redentor.
El segundo, por el contrario, se ubica momentos antes de terminar Su vida pública, en la Cruz. Según la Ley judía, la mujer era menos que un ganado. Aquella que tuviera la desgracia de quedar sola en la vida viviría situaciones de soledad y dolor profundos. ¡Era nadie! ¡No contaba! Por eso, no teniendo otro hombre de quien depender una vez muerto su Hijo, Éste la entrega al discípulo amado –Juan- que estaba con Ella al pie de la Cruz. Y no la entrega como a una cualquiera. Lo hace con el título de dignidad que le corresponde: Mujer. Para el discípulo Ella sería una Madre. Pero Ella sería la Mujer a quien le era entregado un hijo -y sabemos que Juan representaba a la humanidad entera. Abierta a Dios y Su Palabra, acoge a los hijos todos y les da vida nueva, la que ha recibido de su Hijo Jesucristo.
Siendo muy pequeñito, Jesús fue llevado al templo y dos ancianos –depositarios de sabiduría de Dios- se acercan movidos por el Espíritu Santo y profetizan en torno al Niño y Su Madre. Se trataba de la Luz del mundo y de quien había dado vida a esa Luz.  Luz que quiso dársenos para darnos la Salvación. Luz que se vuelve apertura hacia Dios y acogida hacia la humanidad en Aquella donde toda mujer se convierte en Mujer.
Al celebrar la Luz de Jesús que se hace Luz en María, posemos nuestra mirada en Ella y pidámosle que nos ilumine para poder ver y seguir el Camino que conduce a Jesús, su Primogénito.

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